Nota a Elisa Rillon Revista Somos

Nota original publicada en Mayo de 2014, link original acá

Elisa Rillon, creadora del Teatro-Coaching:
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

Esa es la pregunta con la cual Elisa abre e invita a esta séptima versión del taller Teatro-Coaching que realiza junto al actor Víctor Zenteno. Su oferta tiene relación con poner las preciosas herramientas teatrales al servicio de un crecimiento personal apoyado por el coaching. Dos poderosas disciplinas que se unen para quien se atreva a desafiarse a través del juego.

Por Constanza Jiménez Meza

Elisa Rillón, actriz y coach. (Fotografía: Paola Fernández).
Elisa Rillón, actriz y coach. (Fotografía: Paola Fernández).

Elisa Rillon tiene ya más de 11 años de experiencia como coach acompañando a personas, tanto en empresas como a particulares, en sus procesos de transformación. Como coach ontológico senior certificada por Newfield Network, ha sido formadora de coaches por siete años en el programa anual El arte del Coaching Profesional.

Cuesta creer que, alguna vez, esta mujer fue tan tímida que no podía dejar de sonrojarse en público y lo pasaba mal por eso. Ahora, pone al servicio del desarrollo personal su propia experiencia en aprendizaje corporal, emocional y lingüístico en el camino hacia el descubrimiento de sus grandes pasiones: el teatro y el coaching.

Sobre estas grandes pasiones y otros temas, revista Somos sostuvo con ella este diálogo:

– ¿Cómo nació tu acercamiento al teatro?

– Salí del colegio, estudié publicidad, luego cine y me casé. Tuve mis dos hijos y no trabajé más, me dediqué un poco al cine porque mi ex marido hacía eso. Mi matrimonio entró en crisis y comencé una terapia. Y en una sesión, mi terapeuta me pregunta: “Oye, ¿cuáles son tus pasiones?”, y yo le digo: “A ver, préstame el diccionario, ¿qué es eso, yo tengo pasiones?, ¿puedo tener pasiones?”, me pregunté. Imagínate el lugar desde dónde me preguntaba eso…

Y descubrimos, como a la tercera sesión, cuál era mi pasión, pero no se la podía decir a nadie. Ya tenía 30 años y me sentía una vieja para entrar a estudiar algo. Le dije con todas mis ganas: “¡Siempre soñé con estudiar teatro!” Me acuerdo, de chica, saliendo del colegio, mi papá (Andrés Rillon), que era una autoridad en el tema, me dijo: “No, linda, usted, en teatro, va a dar vergüenza ajena”. Así que ya, ok.
Sin embargo, ese era mi sueño. Entonces, mi terapeuta me empujó para que ingresara a un taller de teatro para adultos, de Humberto Duvauchelle.

– ¿Ahí comenzó todo?

– ¡Uf!, sí, y cada paso que di -llamar, inscribirme, la primera clase, todo, todo- fue un tremendo desafío. Este taller duró seis meses, en los cuales fui tremendamente feliz, pero feliz, feliz como una explosión de felicidad.

Terminó el taller y los integrantes del grupo que habíamos tomado el curso le pedimos a nuestro segundo profesor, Víctor Zenteno, si podía seguir trabajando con nosotros. Él aceptó, y ahí partimos un camino de cinco años de trabajo, haciendo obras de teatro.

Y hoy puedo hablar en público y soy la que soy gracias a este tremendo trabajo con Víctor. No me formé en una escuela tradicional de teatro, sino más bien haciendo.

El temor al ridículo

-¿Cómo te marcó ese taller de teatro con Humberto Duvauchelle?

Le perdí el temor al ridículo. Me acuerdo que llegaba a mi casa mojada de tanto traspasar la vergüenza y traspasarla, traspasarla y traspasarla. Si se pasa el umbral de hacer el ridículo, uno ve que no pasa nada; es más, deja de llamarlo ridículo. Constantemente me desafiaba a exponerme. Me costaba que me miraran y tenía dos opciones: me olvidaba que me estaban mirando y lo pasaba bien o comenzaba a pensar, “¡Oh! ¡Lo estoy haciendo mal, qué vergüenza, se van a reír de mí, lo van a encontrar malo, se van a aburrir! ¡Es exquisito perder el temor al ridículo!

– Entonces, podías tener pasiones…

– Sí, y descubrí también, en terapia, que otra de mis pasiones eran las conversaciones, esas conversaciones en que dices “¡Oh! ¡Algo distinto pasó aquí!” y allí mi terapeuta me dijo: “Bueno, ¿tú sabes que eso se puede estudiar?” Y fue ahí, en el año 2001, cuando escuché hablar del coaching por primera vez. Fui a una charla en Newfield Network y me enamoré del tema, ¡pero era carísimo!

Pasaron dos años, mi marido me lo pudo pagar y el 2003 entré a estudiarlo. Y me pasó algo muy potente: en la primera conferencia, descubrí que ese era mi lugar, donde las cosas estaban pasando, y me encantó. Me formé y fui dejando un poco el teatro. Me sumergí en el mundo del coaching y me dediqué a ser supervisora en Newfield por siete años.

En el camino, mientras era formadora de coaches, me di cuenta de dos cosas: que mi estilo de hacer coaching tenía mucho que ver con el teatro, y también, que muchas veces, al ver a algunos de mis alumnos, pensaba: “¡Pucha, a este tipo le haría bien un taller de teatro! Para aprender a expresarse, para volver a la liviandad, para ocupar su cuerpo como un instrumento de expresión, ¡para tantas cosas!”

– Entonces, el teatro comenzó a hacer lo suyo en el coaching…

– Sí, hasta que de repente alguien me dijo: “Oye, Elisa, ¿cuándo vas a hacer algo con teatro y coaching?” Y se me hizo como un click adentro, que marcó un antes y un después.

Un tiempo después, contacté a Víctor Zenteno, mi director de teatro, y le propuse esta locura de unir teatro y coaching, que para mí tiene todo que ver por cómo lo viví. A través del teatro podemos tener un proceso de crecimiento personal muy potente y, si lo sostenemos con coaching, para que las personas se vayan dando cuenta, es maravilloso.

Así, partimos el 2010 con el taller, primero pensado para coaches y, luego, abierto a todo público. Comenzó de cuatro meses y ahora estamos en ocho. Víctor es un tipo que ama el teatro, y yo amo el coaching; entonces, es un taller que hacemos desde un profundo cariño. Y nos complementamos muy bien: él se preocupa de la parte escénica, y yo veo a los alumnos desde su proceso, mirando qué les pasa cuando se exponen, cuáles son sus creencias arraigadas, cuánto les cuesta jugar, hace cuánto dejaron de hacerlo.

Yo defino mi taller como un taller de teatro para adultos en cuyo proceso se atraviesa el coaching. Un requisito básico es que el participante haya hecho un proceso personal o que ya esté mirándose. Puede ser un coach, alguien que haya recibido coaching o que haya pasado por un proceso o terapia.

Elisa Rillon, creadora del Teatro-Coaching: ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

 

La presencia

– ¿En qué consiste el taller Teatro-Coaching?

– El taller tiene cuatro partes: voz, movimiento, actuación y sesiones individuales de coaching. También tiene mucho juego; Víctor dice que es “volver a creer que de verdad la escoba es un caballo”. Y es algo tan simple, pero a algunos les cuesta más; entonces, yo les digo: “Chicos, les recuerdo que afuera de la sala hay un locker para cabezas; por favor, acuérdese de dejar la cabeza ahí al llegar porque el inteligente acá lo pasa mal”.

El taller es puramente experiencial, de expansión y de desarrollo. Soy una hincha del taller porque no fue una creación que vino de la cabeza, sino de mi experiencia. Y creo que es muy cuidado también, porque el teatro, como disciplina, a veces es muy expositivo; entonces, siento que si le damos el barniz del coaching, vamos acompañando al alumno en su darse cuenta.

 

– ¿Qué herramientas del teatro ocupas en el taller al servicio del coaching?

– Primero, trabajar la voz, tener conciencia de que mi voz puede movilizar a otros, marcar lo que estás hablando, los silencios, las pausas. Hay gente que no lo nota, pero puedes perder poder por tener mala dicción.

Te cuento una anécdota: hace tres años, estaba haciendo un taller para una empresa, y veo al gerente de un área haciendo una presentación. Se manejaba con una seguridad corporal impresionante, pero al dirigirse a los trabajadores, no se le entendía nada porque su dicción era de terror. En esos casos, es muy importante ver cómo se puede perder poder en el tema de llegar a otros a través de la voz.

Otra herramienta: el tema de la emocionalidad. El empezar a jugar que yo soy un personaje equis, que “no soy yo”, permite explorar emociones propias que uno tiene guardadas. Una vez tuve un alumno muy correcto, caballero, ordenado, al que le dimos el papel de un heroinómano y, en una de las sesiones, nos dijo: “Por primera vez en mi vida, me estoy dando permiso para ser inadecuado, ¡y lo estoy gozando al máximo!” Entonces, el teatro es la excusa perfecta para hacer un personaje; uno se cuenta el cuento de que “yo no soy eso”, pero, en realidad, es parte de uno.

Y también está la herramienta corporal. Hay personas que cuando hacen presentaciones -y uno los ve corporalmente-, no saben qué hacer con las manos, dónde ponerlas. En el teatro aprendemos que este cuerpo comunica todo el tiempo. A medida que se va trabajando la propia corporalidad, uno va encontrando un idioma distinto, que va potenciando la presencia de cada uno.

Elisa Rillon, creadora del Teatro-Coaching: ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

Aparecer

– Es decir, es un trabajo bien integral…

– Sí, y finalmente tiene que ver con aparecer. En el taller hablo también mucho del tema de la presencia: qué provoco yo allá afuera, cuando estoy con otros. Y no tiene que ver con transformarse de introvertido a extrovertido; una persona puede ser muy introvertida y tener una enorme presencia.

Quiero decir que a una persona que es tímida puede ayudarle el taller; es cosa de mirarme a mí. Yo soy hipertímida, me ponía roja por todo y ahora hablo en público perfectamente, tengo un manejo ahí. Y soy esa y también soy esta (la tímida).

En eso el teatro es increíble porque permite darse cuenta y uno puede anclar ese aprendizaje en el coaching.

– ¿Influyó tu papá en que te gustara la actuación?

– Yo me imagino que sí, viéndolo a él, lo que le gustaba. Ahora que lo mencionas, una vez, en un ejercicio de coaching, nos preguntaron: “¿De tu papá y tu mamá, qué fue lo que heredaste?” Y me cayó una teja, y supe que de mi papá heredé la parte creativa, el humor, y de mi mamá, el servicio a la gente. Mi mamá es profesora de religión y hace mucho por otros. Y claro, ¡cómo podía ser de otra manera, todas las respuestas estaban ahí!